jueves, 26 de febrero de 2009

COLABORACIÓN SOBRE LA NIÑEZ V

La soledad

por Ezequiel Feito


Puedo recordar a la soledad desde mi infancia, cuando una vez, quizás por los mismos motivos por los que se desata una guerra, me excluyeron de la ronda de juegos. Estaba a un lado, a poca distancia de ellos; inmóvil, quieto, mirando como los demás se movían. Luego de un rato caí en la cuenta de que era el único que no estaba jugando y que estaba solo, como si no existiera, como si estuviese muerto y enterrado lejos de allí.
Los demás niños, los maestros, los animales, las plantas y aún los edificios parecían ignorarme o negar mi existencia. Por mi corazón pasaban los mas encontrados sentimientos: Veía la instantánea amnesia del amigo, el desdén del amor naciente, la indiferente risa de la multitud desordenada y el cruel egoísmo de los que estaban acompañados, interesados en nada y sin ver si alguien faltaba. El sutil refinamiento de los juegos que no admitían ser alguno luego de iniciados y la proverbial ignorancia de la gente grande de los dramas de los niños.
De repente, me senté en mi suelo, y todo desapareció como por arte de magia; mil niños como yo, con mis mismos rasgos y vestidos de igual manera, comenzaron a jugar conmigo, a hablarme, a comprenderme y lo que es mas, a asegurarme para toda mi vida que jamás estaría solo del todo. Que jamás, sea cual sea la circunstancia, sería dejado a merced de la malignidad del vacío material o afectivo. El sentirme diferente a todos, el tener ahora la plena conciencia de mi individualidad, impregnó mi alma de la mayor de las soledades, porque solo yo sería único para mí. Los demás podían olvidarme, confundirme o ignorarme, pero yo nunca podía hacerlo. Podía perderme en el infinito de mis sueños, pero nunca dejaría de estar acompañado.
Sin darme cuenta, fui teniendo la sensación de estar flotando en la nada, hasta que de repente tocó la campana y todo pareció volver a la normalidad. Cuando volví a casa pensé en el momento en que la soledad me produjo algo dulcemente amargo y casi placentero.
Los años fueron pasando pero aquel momento jamás pudo borrarse de mi mente. Muchas veces cuando estoy solo ante la muchedumbre o en una soledad voluntaria, trato de recordar aquella crueldad inocente que, a pesar de todo, me hizo amar la soledad.

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